Cultivar almendros en Véneto, a pocos kilómetros de los Alpes, puede parecer un desafío imposible. Sin embargo, en la provincia de Verona esta hipótesis se está convirtiendo en una realidad productiva concreta y técnicamente sólida. En el almendral de Giacomo Bonsaver, en Bussolengo, el Agrónomo Vito Vitelli analiza una plantación que representa un ejemplo avanzado de adaptación de un cultivo mediterráneo a un contexto climático complejo, gracias a la aplicación rigurosa de técnicas agronómicas modernas.
La plantación se realiza a alta densidad, pero no entra en la
categoría de superintensiva. La densidad es de aproximadamente 700–800 plantas
por hectárea, con marcos de plantación en torno a 5 x 2,75 metros. El sistema
de formación adoptado es Zaragoza, que se basa en un principio clave: la
gestión geométrica de la copa para maximizar la interceptación de la luz y
garantizar una producción equilibrada a lo largo de toda la pared vegetativa.
El árbol se modela según una forma de tronco de pirámide truncada e
inclinada, mientras que el interior debe permanecer abierto, aireado y libre de
ramas estructurales, siguiendo el concepto del “cono de luz” y del llamado
“palmo de la mano” limpio en el centro. Esta estructura evita sombreados
perjudiciales y favorece la formación de ramas fructíferas bien iluminadas.
Un elemento central de la gestión es la poda mecanizada, realizada
con una barra de doble cuchilla y no con cuchillas rotativas, para garantizar
un corte limpio y preciso. La intervención sigue reglas bien definidas: el
punto de giro de la barra se sitúa aproximadamente a 1,5–1,6 metros del tronco
y el corte se realiza con una inclinación de unos 33–35 grados. Esta
inclinación es fundamental para permitir que la luz alcance también las partes
bajas de la copa, evitando que la parte superior sombreé la inferior.
En este caso específico, la variedad cultivada es Tuono,
caracterizada por una fuerte tendencia a abrirse y ensancharse lateralmente
bajo el peso de los frutos. El corte inclinado permite contener este
desarrollo, mejorar el equilibrio vegetativo-productivo y estimular la
formación de nuevas ramificaciones internas, más débiles y erectas. En el
transcurso de dos o tres temporadas, estas ramas se enriquecen con dardos
floríferos, asegurando la producción futura. La poda mecanizada actúa así como
un verdadero corte de retorno estructural.
Cultivar almendros en una zona septentrional implica también
enfrentarse al riesgo de heladas primaverales. En esta plantación, la defensa
está garantizada por un sistema antiheladas sobre la copa que utiliza agua de
pozo a una temperatura de aproximadamente 13–16 °C. Aprovechando la energía
térmica del agua y el llamado “efecto iglú”, el hielo que se forma alrededor de
las flores impide que la temperatura de los órganos vegetales descienda por
debajo del umbral crítico. El sistema ha demostrado su eficacia incluso en
noches con temperaturas de hasta –4 °C. Durante el periodo estival, el mismo
sistema desempeña una función climatizante, contribuyendo a refrescar la copa y
a reducir la presión de plagas como los ácaros.
Desde el punto de vista económico, el objetivo es alcanzar una
producción de aproximadamente 5 kg de almendras por planta, equivalente a unos
40 quintales por hectárea, considerada la base mínima para garantizar la
sostenibilidad económica de la plantación. La proximidad a Verona, sede de
importantes industrias de confitería, y la posibilidad de venta directa de un
producto local de alto valor añadido permiten obtener precios interesantes,
justificando la inversión en un sistema tecnológicamente avanzado.
El modelo Verona demuestra que el sistema Zaragoza, cuando se
aplica con rigor geométrico y se apoya en estructuras de protección adecuadas,
permite al almendro expresar su potencial productivo incluso fuera de las áreas
tradicionales. Una fruticultura moderna, basada en la luz, la forma y el
control climático, capaz de mirar al futuro sin improvisaciones.
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